Por Alejandro Fainé M., Diario La Segunda.
El cientista político Christopher Martínez ha estudiado las crisis en el continente, y destaca como un plus de Chile el desempeño del sistema político para encausar la que vivimos desde 2019.
Christopher Martínez partió estudiando administración pública, y luego derivó a la academia como cientista político –que corona con un doctorado en la Universidad de Loyola en Chicago–, observando el presidencialismo y las crisis políticas. De hecho, de esto último trata el libro que lanzará en inglés en 2023, mientras enseña en la Universidad de Concepción. Por lo mismo, conversa con propiedad cuando analiza la manera en que Chile ha enfrentado la crisis social y política que explotó en 2019, continuada con el triunfo del Rechazo y ahora canalizada en un nuevo intento constituyente.
‒¿Qué refleja que el sistema político alcanzara un acuerdo?
Una buena capacidad de reaccionar después de la crisis de 2019, y que se pensó en errores y decisiones que no se toma- ron antes. La izquierda tiene que resignar- se a trabajar con esta modalidad de 50 consejeros constituyentes porque fracasó la Convención. Lo acordado es bien transversal y muestra una revalorización de la política: se consensúa una salida desde los partidos de derecha a la izquierda. El contexto es el fracaso monumental de la CC y su espíritu antipolítica y antipartido.
‒Este “anti” también se desacredita.
El hastío en contra de la clase política se expresa en 2019, debido a lo que no había sido capaz o no pudo resolver. Ante ello, hubo un enaltecimiento de la independencia de la política, pero viendo el funcionamiento de la CC, con sus excesos y la desilusión con su trabajo, se hace necesario recurrir a otro camino. Y ahí la política se revaloriza.
‒Tú estás estudiando las crisis políticas en América Latina pos 1979, y somos testigos hoy de la que se vive en Perú. ¿Qué comparación harías entre la crisis en Chile y otros procesos?
En otros países que he estudiado las crisis, cuando se enfrentan a estos procesos con partidos menos afianzados hay efectos devastadores. Los partidos acá se juntan a negociar y encausan institucionalmente es- ta demanda profunda, mediante la pro- puesta de una nueva Constitución. Esto no ocurre en otros países: en Perú no pueden articular ni lidiar con la solución de fondo, porque no existen los partidos, y entonces allá la solución de corto plazo es sacar al gobierno. En Ecuador, entre 1996 y 2005 ningún presidente electo terminó su período: se acostumbraron a solucionar las crisis descabezando a los gobiernos. En 2019 hubo presiones para que el Presidente en Chile saliera o renunciara –incluso se presentaron dos acusaciones constitucionales-, pero finalmente las fuerzas políticas acordaron otro camino para canaliza las tensiones.
‒Y acordaron las bases, verdaderos pisos comunes del sistema político.
Efectivamente no sólo es positivo que acordaran el mecanismo, sino que es- tos principios. Reflejan hasta qué punto dejaron pavimentado el proceso.
‒Hay algo ahí para estar orgullosos, entonces.
Los partidos en Chile están en crisis, pero tienen algo de organización. Nadie duda que la UDI seguirá en los próximos años en el escenario político, por ejemplo, lo que hace que los partidos se las jueguen, porque saben que a pesar de las dificultades de los últimos años, incluido el financiamiento irregular de la política, seguirán activos. En Perú o Ecuador no sabes si los partidos de hoy seguirán un par de años más.
‒Este acuerdo además abarcó incluso más actores, que en el anterior se marginaron, como parte del FA y el PC.
Y eso habla de lo transversal del acuerdo: se dieron cuenta que ese es el ca- mino a seguir, tragándose todas estas frustraciones (del proceso de la CC), lo que es parte del ejercicio político. Algunos lo ven como la vuelta a lo conservador, la defensa del sistema, que puede ser cierto, pero los partidos están actuando con la responsabilidad de encontrar una solución, entre todos los partidos del espectro, lo que es valorable. Incluso para la izquierda definitivamente no está cerca de lo que
deseaba, pero es la opción plausible y factible, después de la abrumadora derrota del 4 de septiembre.
‒Igual quedaron partidos como espectadores: Republicanos o PDG.
Ellos de alguna manera le hablan a su electorado, más bien reducido. Esto porque incluso la gente de derecha está por el cambio constitucional y son muchos menos los que se rehúsan a hacerlo.
‒Quizás Kast aspira a ese 20% que Rechazo incluso abrir el proceso.
No es ninguneable. Efectivamente la derecha más tradicional se juega por un camino resistido por la derecha extrema. Pero son las tensiones propias cuando tienes un sistema que permite que grupos más extremos también tengan presencia, y el desafío es que no tengan más apoyo en el resto del sector.
‒Otro fenómeno es que algunos partidos no estaban criados en la práctica del ceder, en negociar de verdad, sin quedarse en lo testimonial. Pienso en Diego Ibáñez, por ejemplo. Es la primera cesión profunda de ese mundo, están aprendiendo a palos.
Precisamente las dificultades que tienen los movimientos nuevos es hasta qué punto negocian para lograr objetivos y hasta donde ceden. Si miras la trayectoria del FA en los últimos años, del ninguneo inicial a los 30 años han debido moderarse… Es el ejercicio de realismo que han debido aprender.
“Se abre el debate al semipresidencialismo”
‒Te has especializado en el presidencialismo. Las bases acordadas ¿no cierran ese debate, cierto?
No está definido ahí. Tal como está, da pie a un sistema como el que tenemos o a alguien que dure en el cargo o sea nombrado no solo o necesariamente por la voluntad del Presidente. Se abre el debate al semipresidencialismo, por ejemplo. Sí está más cerrado el tema de un legislativo bicameral.
‒La CC no abordó el sistema político ni electoral, que hoy se pone como prioritario.
Sí, deben verse, aunque es cierto que por ejemplo el sistema de partido tiene un componente sociológico que escapa al diseño constitucional. En muchos países esto no se trata en las Constituciones, porque instalarlo ahí hace muy difícil después hacer cambios, pero pensar quizás en colocar umbrales que impidan que lleguen al Congreso personas con muy poca votación, por ejemplo, puede ser una opción.